La Colmena y el Conflicto

La Colmena y el Conflicto

En el corazón de un bosque lleno de vida, había un árbol tan alto que sus ramas parecían tocar el cielo. De una de esas ramas colgaba una colmena redonda, perfecta, como si la hubieran dibujado con compás. Desde lejos, la colmena parecía un mundo aparte: ordenada, ruidosa, y siempre en movimiento. Las abejas que vivían dentro eran conocidas por su precisión y su trabajo incansable. Pero para las abejas que vivían fuera, la colmena era un lugar intimidante, casi sagrado.

Entre esas abejas estaba Lía, una abeja pequeña con alas que brillaban como el sol al amanecer. Lía siempre había sentido que no encajaba del todo. Mientras las demás abejas volaban con confianza, ella se quedaba observando desde las flores cercanas. Cada vez que miraba la colmena, sentía un peso en su pecho. “¿Qué pasa si entro y no sé qué hacer? ¿Y si me pierdo entre tantas abejas? ¿Y si no soy suficiente para estar ahí?”

Un día, mientras volaba cerca de la colmena, escuchó un zumbido suave y pausado. Era una abeja mayor, Sabia, que descansaba en una hoja. Sus alas estaban desgastadas por los años, pero su mirada era cálida y profunda.

—Lía, ¿por qué siempre vuelas alrededor y nunca entras? —preguntó Sabia con una sonrisa.

—Porque no soy como ustedes —respondió Lía, bajando la mirada—. Ustedes saben exactamente qué hacer, y yo… yo solo soy una abeja pequeña.

Sabia se acercó y le dijo:

—¿Sabes qué hace que la colmena funcione? No es su tamaño, ni su orden. Es que cada abeja trae algo único. Sin ti, la colmena no está completa.

Lía no estaba convencida, pero las palabras de Sabia se quedaron zumbando en su mente. Esa noche, mientras el bosque dormía, Lía miró la colmena desde lejos. “¿Y si Sabia tiene razón? ¿Y si mi miedo no es más grande que mi capacidad de intentarlo?”

Al amanecer, Lía decidió dar el paso. Se acercó a la entrada de la colmena, y aunque su cuerpo temblaba, recordó las palabras de Sabia: “Sin ti, la colmena no está completa.”

Cuando Lía entró a la colmena, al principio todo parecía mágico. Las abejas trabajaban juntas, y aunque no eran perfectas, había un ritmo que las unía. Lía comenzó a ayudar con pequeñas tareas: recolectar néctar, limpiar celdas, y poco a poco, empezó a sentirse parte del grupo.

Pero un día, mientras trabajaba en un panal, algo salió mal. Lía, distraída por su nerviosismo, dejó caer una gota de miel en un lugar equivocado. La miel se derramó y comenzó a desordenar el trabajo de las demás abejas. En cuestión de minutos, el caos se extendió. Las abejas murmuraban entre sí, algunas la miraban con desaprobación, y Lía sintió que el peso del mundo caía sobre sus pequeñas alas.

“Sabía que esto pasaría”, pensó Lía mientras se alejaba de la colmena, con lágrimas en los ojos. “No soy lo suficientemente buena. No debería haber entrado.”

Esa tarde, mientras se escondía entre las flores, Sabia apareció.

—¿Qué haces aquí, Lía? —preguntó con suavidad.

—Arruiné todo —respondió Lía, sollozando—. Las demás abejas están molestas conmigo. No sirvo para esto.

Sabia la miró con ternura y dijo:

—Lía, ¿qué crees que te está enseñando este momento?

Lía levantó la mirada, confundida.

—¿Enseñándome? Solo me está mostrando que no pertenezco.

Sabia sonrió y se sentó a su lado.

—El conflicto que se repite es igual a una lección no aprendida. Este no es un castigo, Lía. Es un regalo disfrazado. ¿Qué pasaría si, en lugar de huir, agradecieras este momento y buscaras la lección que trae?

Lía no entendía del todo, pero decidió confiar en Sabia.

—¿Cómo puedo agradecer algo que me duele tanto? —preguntó.

—Empieza escribiéndole una carta al conflicto —sugirió Sabia—. Agradece lo que te está mostrando, aunque no lo entiendas del todo. Luego, vuelve a la colmena y actúa desde esa nueva perspectiva.

Esa noche, bajo la luz de la luna, Lía escribió:

“Querido conflicto,

Gracias por mostrarme que no tengo que ser perfecta para pertenecer. Gracias por recordarme que los errores no me definen, sino cómo elijo aprender de ellos. Hoy elijo ver este momento como una oportunidad para crecer y para conectar con las demás abejas desde la humildad y la verdad. Estoy lista para volver y dar lo mejor de mí.”

Al día siguiente, Lía regresó a la colmena. Con el corazón latiendo fuerte, se acercó a las abejas que habían estado molestas y les dijo:

—Lamento lo que pasó ayer. Fue un error, pero estoy aquí para aprender y para ayudar a arreglarlo.

Para su sorpresa, las demás abejas no la rechazaron. Al contrario, una de ellas dijo:

—Todas hemos cometido errores, Lía. Lo importante es que estás aquí, dispuesta a seguir adelante.

Con el tiempo, Lía no solo aprendió a trabajar en la colmena, sino que también se convirtió en una guía para otras abejas que dudaban de sí mismas. Cada vez que alguien cometía un error, Lía les recordaba:

—El conflicto no es tu enemigo. Es tu maestro. Agradécele y deja que te muestre el camino.

Ilustración del cuento La Colmena y el Conflicto
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