El Collar de las Eras

El Collar de las Eras

Había una vez un joven llamado Jan, un soñador con el corazón lleno de preguntas y una conexión especial con su pasado. Desde niño, llevaba consigo un collar que le había regalado su bisabuelo, un hombre sabio que siempre le decía:

—Este collar no es solo un recuerdo, Jan. Es un puente entre lo que somos y lo que podemos ser.

El collar tenía una astilla de madera petrificada en el centro, y aunque Jan no entendía su verdadero significado, lo sentía como un amuleto que lo protegía y lo conectaba con algo más grande. Pero un día, mientras exploraba el bosque en busca de inspiración, el collar desapareció. Jan lo buscó por horas, pero no había rastro de él. La desesperación lo invadió. Sentía que había perdido no solo un objeto, sino una parte de sí mismo.

Esa noche, mientras se lamentaba bajo un árbol, apareció un anciano de mirada profunda y voz serena. Era Kael, un maestro que parecía saber más de Jan de lo que él mismo sabía.

—Ese collar que buscas no es solo un recuerdo, Jan. Es un portal. Dentro de esa astilla de madera está grabada la historia de la humanidad. Pero no es solo para mirar el pasado, sino para aprender de él y evitar que los errores se repitan.

Jan, intrigado, le preguntó cómo podía encontrarlo. Kael sonrió y señaló hacia las ramas de un árbol cercano.

—No estarás solo en esta búsqueda. Hay alguien que conoce cada rincón de este bosque mejor que tú o yo.

En ese momento, una ardilla de pelaje rojizo saltó desde las ramas y se posó frente a Jan. Era Nura, una guardiana del bosque con un don especial: podía sentir la energía de los objetos que llevaban amor y propósito. Nura lo miró con ojos brillantes y, sin perder tiempo, comenzó a correr, invitándolo a seguirla.

La aventura comenzó. Nura guiaba a Jan por senderos ocultos, saltando de rama en rama, mientras él intentaba seguirle el ritmo. El bosque, que siempre había sido un lugar familiar, ahora parecía un laberinto lleno de secretos. En el camino, enfrentaron desafíos que pusieron a prueba el valor y la determinación de Jan.

Primero, llegaron a un claro donde un río caudaloso bloqueaba el paso. Nura, con su agilidad, cruzó saltando por las piedras, pero Jan dudó. El agua era rápida y helada, y el miedo lo paralizaba. Nura regresó, se paró frente a él y, con un leve empujón en su pierna, lo animó a dar el primer paso.

—Confía en ti mismo, Jan —le dijo Kael desde la distancia—. El miedo solo es un puente hacia tu fuerza.

Con el corazón latiendo con fuerza, Jan cruzó el río, resbalando un par de veces, pero logrando llegar al otro lado. Nura lo esperaba con una nuez en la boca, como si celebrara su pequeño triunfo.

Más adelante, el bosque se volvió más oscuro y denso. Las ramas parecían manos que intentaban detenerlos, y el suelo estaba cubierto de raíces que hacían tropezar a Jan. En un momento, escucharon un ruido extraño: un grupo de cuervos había formado un círculo alrededor de un objeto brillante. Nura corrió hacia ellos, pero los cuervos no estaban dispuestos a ceder su hallazgo. Jan, recordando las historias de su bisabuelo sobre la importancia de la calma, se agachó y comenzó a tararear una melodía que su abuelo solía cantar. Los cuervos, intrigados, se dispersaron, dejando ver que el objeto no era el collar, sino una pequeña piedra con inscripciones antiguas.

Kael apareció de nuevo, como si hubiera estado observando todo desde las sombras.

—Cada paso que das te acerca más, Jan. Pero recuerda, no es solo el collar lo que buscas. Es la conexión con lo que realmente importa.

Finalmente, después de horas de búsqueda, Nura los llevó a un árbol enorme, cuyas raíces se hundían profundamente en la tierra. Allí, atrapado entre las ramas de un arbusto espinoso, estaba el collar. Pero no era tan simple como tomarlo. Al acercarse, Jan sintió una energía poderosa que lo detuvo. Era como si el collar estuviera protegiéndose, esperando que él demostrara que estaba listo para recibirlo.

Kael le habló con firmeza:

—El collar no es solo un objeto, Jan. Es un reflejo de tu corazón. Si quieres recuperarlo, debes abrirte a lo que realmente significa.

Jan cerró los ojos, respiró profundamente y recordó todo lo que había aprendido en el camino: la importancia de confiar, de enfrentar el miedo, de escuchar al mundo que lo rodeaba. Cuando abrió los ojos, extendió la mano con calma y tomó el collar. La astilla de madera comenzó a brillar con una luz cálida, y en su mente aparecieron imágenes: civilizaciones antiguas, momentos de gloria y de caos, decisiones que habían moldeado el mundo.

Kael sonrió.

—El poder de este collar no está en la madera, sino en tu capacidad de usar lo que aprendas para el bien. No necesitas ser perfecto, solo estar dispuesto a escuchar, a aprender y a actuar desde el amor.

De regreso al pueblo, Jan se convirtió en un guía para su comunidad, compartiendo las lecciones que el collar le revelaba. Pero lo más importante que aprendió fue que el verdadero poder no estaba en el collar, sino en la atención y el amor que ponía en cada cosa que hacía.

El mensaje que dejó a quienes lo escuchaban era claro:

—Todo lo que tocas con amor y atención tiene magia. No necesitas un collar para descubrirlo. Solo abre tu corazón y verás que el poder siempre estuvo en ti.

Y Nura, la pequeña ardilla, siguió siendo su compañera, recordándole que incluso los aliados más pequeños pueden ser los más grandes héroes.

Ilustración del cuento El Collar de las Eras
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