Gala y el Viaje al Horizonte
Gala y el Viaje al Horizonte
Era un amanecer dorado, de esos que pintan el cielo con promesas. Gala, una pequeña ave de plumas brillantes, se posaba en la rama más alta de su árbol favorito, mirando hacia el horizonte. Desde que tenía memoria, había soñado con volar hasta ese lugar mágico donde el cielo se encuentra con el mar. Pero siempre había algo que la detenía: el miedo a lo desconocido, las dudas sobre si sería lo suficientemente fuerte para llegar.
Sin embargo, ese día algo era diferente. El viento susurraba con suavidad, como si la estuviera invitando. Gala cerró los ojos, respiró profundamente y decidió que ya no esperaría más. Era hora de emprender el viaje que siempre había soñado.
Al principio, el vuelo fue emocionante. Gala sentía la brisa en sus alas y el sol calentando su espalda. Pero a medida que se alejaba de la seguridad de su árbol, las dudas comenzaron a aparecer.
—¿Y si no puedo llegar? —se preguntó en voz alta. —¿Y si me pierdo?
Mientras sus pensamientos la abrumaban, una bandada de aves migratorias pasó volando cerca de ella. Una de ellas, un ganso de plumaje blanco, se desvió del grupo y se acercó.
—¿Primera vez volando lejos? —preguntó el ganso con una sonrisa.
Gala asintió, algo avergonzada. —Sí. Estoy buscando el horizonte, pero no sé si puedo llegar.
El ganso rió suavemente. —El horizonte no es un lugar al que llegas, pequeña. Es un viaje. Cada vez que crees que estás cerca, se mueve un poco más lejos. Pero eso es lo hermoso: siempre hay algo nuevo por descubrir.
Gala lo miró, intrigada. —¿Entonces nunca se alcanza?
—No, pero en el camino encontrarás cosas que nunca imaginaste. Sigue volando, y confía en tus alas.
Con esas palabras, el ganso regresó a su bandada, y Gala sintió una chispa de confianza renovada. Tal vez no necesitaba tener todas las respuestas ahora. Tal vez solo necesitaba seguir adelante.
Después de horas de vuelo, Gala comenzó a sentir el cansancio. Abajo, el océano se extendía infinito, y las olas parecían susurrar secretos. De repente, un sonido profundo y melódico llenó el aire. Gala miró hacia abajo y vio a un grupo de ballenas emergiendo del agua, sus cuerpos gigantescos brillando bajo el sol.
Curiosa, Gala descendió y se posó en la cabeza de una de las ballenas más grandes.
—Hola, pequeña viajera —dijo la ballena con una voz grave pero amable. —¿Qué te trae tan lejos de la costa?
—Estoy buscando el horizonte —respondió Gala. —Pero no estoy segura de qué encontraré allí.
La ballena soltó un suave canto, como si estuviera riendo. —El horizonte es como el océano. Parece tener un final, pero en realidad es infinito. Lo importante no es llegar, sino lo que aprendes mientras lo buscas.
Gala inclinó la cabeza, reflexionando. —¿Y qué pasa si me pierdo?
—A veces perderse es la única forma de encontrarse —respondió la ballena. —Confía en el viaje, pequeña. El océano siempre guía a quienes se atreven a explorarlo.
Con un último canto, la ballena se sumergió en las profundidades, dejando a Gala con una sensación de calma y propósito.
Días pasaron, y Gala continuó su viaje. Conoció a delfines juguetones, que le enseñaron a disfrutar del momento presente, y a una vieja tortuga marina, que le habló de la paciencia y la importancia de avanzar a su propio ritmo.
Finalmente, una tarde, Gala llegó a un punto donde el cielo y el mar parecían tocarse. Se posó en una roca flotante y miró a su alrededor. Había llegado al horizonte... o al menos eso pensaba.
Pero mientras observaba, se dio cuenta de algo: el horizonte seguía moviéndose. No importaba cuánto volara, siempre estaría un poco más lejos.
En lugar de sentirse decepcionada, Gala sonrió. Ahora entendía lo que las aves migratorias, las ballenas y todas las criaturas le habían intentado enseñar. El horizonte no era un destino. Era un estado de descubrimiento constante, una invitación a seguir explorando, aprendiendo y creciendo.
Con el corazón lleno de nuevas lecciones, Gala decidió regresar a su hogar. Pero esta vez, no era la misma ave que había partido. Había enfrentado sus miedos, había aprendido a confiar en el viaje y había descubierto que el verdadero horizonte estaba dentro de ella.
Cuando llegó a su árbol, las demás aves se reunieron a su alrededor, curiosas por escuchar sobre su aventura. Gala les contó todo: las aves migratorias, las ballenas, los delfines, la tortuga. Pero sobre todo, les habló de lo que había aprendido.
—El horizonte no es un lugar al que llegas —dijo Gala, con una sonrisa. —Es un recordatorio de que siempre hay algo más por descubrir, tanto afuera como dentro de nosotros.
Esa noche, mientras las estrellas brillaban en el cielo, Gala miró hacia el horizonte una vez más. Ya no lo veía como un lugar lejano, sino como una promesa de que la vida siempre tiene algo nuevo que ofrecer, si tienes el valor de volar hacia lo desconocido.
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