El Dragón y la Pulga Valiente

El Dragón y la Pulga Valiente

En un rincón escondido del mundo, donde los lagos reflejan el cielo como espejos infinitos, las montañas se alzan como gigantes dormidos y los bosques susurran secretos al viento, vivía un dragón furioso llamado Ignis. Su rugido hacía temblar los árboles y su aliento de fuego mantenía alejados a todos los que osaban acercarse. Nadie sabía por qué estaba tan enojado, pero todos temían su furia.

Un día, desde un rincón diminuto del bosque, una pulga valiente llamada Lía decidió que ya era hora de cambiar las cosas. "¿Por qué todos huyen de Ignis? Quizás lo que necesita no es miedo, sino alguien que lo escuche", pensó mientras ajustaba su diminuto sombrero de exploradora.

Lía emprendió su viaje hacia la cueva del dragón, cruzando ríos cristalinos que cantaban al fluir, trepando raíces gigantes que parecían escaleras hacia el cielo y esquivando flores que se cerraban al menor roce. Cuando llegó, la cueva de Ignis era un espectáculo: estalactitas brillaban como diamantes y un lago subterráneo reflejaba la luz de las llamas que el dragón exhalaba en su sueño.

"¡Oye, grandulón!", gritó Lía desde la entrada. Ignis abrió un ojo, luego el otro, y soltó un rugido que hizo eco en toda la montaña. Pero Lía no se movió. "¿Eso es todo? Pensé que los dragones eran más impresionantes", dijo con una sonrisa traviesa.

Ignis, sorprendido por la osadía de una criatura tan pequeña, se inclinó para observarla mejor. "¿Qué quieres, insignificante insecto?", gruñó.

"Quiero saber por qué estás tan furioso. ¿Qué te duele, Ignis?", respondió Lía con calma.

Ignis suspiró, y su aliento cálido movió las hojas de los árboles cercanos. "Estoy solo. Nadie se acerca porque me temen. Y yo... yo no sé cómo ser diferente", confesó con voz temblorosa.

Lía, con su corazón valiente, saltó sobre el hocico del dragón y le dijo: "No necesitas ser diferente, solo necesitas un amigo. ¿Qué tal si hacemos un trato? Yo te enseño a confiar, y tú me llevas a volar por esas tierras lejanas que siempre he soñado explorar."

Ignis dudó, pero algo en la mirada de Lía lo convenció. "De acuerdo, pequeña. Pero si me caes mal, te sacudo de un soplido", dijo con una sonrisa que no había mostrado en años.

Esa misma noche, Ignis desplegó sus alas gigantescas, que brillaban como escamas de oro bajo la luz de la luna. Lía se sujetó a una de sus orejas, y juntos despegaron hacia el cielo. Sobrevolaron lagos que parecían océanos, montañas que tocaban las nubes y bosques tan densos que parecían un mar verde infinito.

En su viaje, Lía le enseñó a Ignis a mirar el mundo con otros ojos. "Mira ese lago, Ignis. ¿Ves cómo refleja las estrellas? Tú también puedes reflejar lo que llevas dentro, y no siempre tiene que ser fuego."

Ignis, por primera vez, sintió paz. Y mientras volaban, su rugido dejó de ser furioso y se convirtió en un canto que resonaba por las tierras lejanas.

Cuando regresaron, el bosque ya no temía a Ignis. Los animales se acercaron, curiosos, y los árboles dejaron de temblar. Lía se convirtió en la heroína del lugar, e Ignis, en el guardián amable de los lagos, montañas y bosques.

Dicen que, si miras al cielo en una noche clara, puedes ver a un dragón y una pequeña pulga volando juntos, recordándonos que no importa cuán grande o pequeño seas, la valentía y la amistad pueden cambiar cualquier historia.

Ilustración del cuento El Dragón y la Pulga Valiente
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