El Reloj sin Agujas
El Reloj sin Agujas
Había una vez un joven llamado Teo, que vivía en un pueblo lleno de relojes. Cada esquina tenía uno, y todos marcaban horas distintas. Teo pasaba sus días corriendo de un reloj a otro, tratando de ajustar su tiempo, pero nunca lograba sincronizarse. Siempre sentía que algo le faltaba, que no llegaba a donde debía estar.
Un día, mientras corría de un reloj a otro, tropezó con un anciano que estaba sentado bajo un árbol, tallando una figura de madera. El anciano lo miró con una sonrisa tranquila y le dijo:
— ¿Por qué corres tanto, muchacho?
Teo , jadeando, respondió:
— Porque tengo tantas cosas que hacer, pero nunca me alcanza el tiempo. Siempre hay algo más que atender, algo más que arreglar.
El anciano asintió y señaló el reloj más cercano.
— ¿Sabes? Ese reloj no está roto. Eres tú quien no está presente para verlo.
Teo frunció el ceño, confundido.
— ¿Qué quieres decir?
El anciano dejó su figura de madera a un lado y le dijo:
— Ven, siéntate conmigo. Te contaré algo.
Teo, aunque inquieto, se sentó. El anciano continuó:
— Hace muchos años, yo también corría como tú. Creía que si hacía más, si llenaba cada minuto con algo, encontraría la paz. Pero un día, mientras corría, me encontré con un lago. Me detuve a beber agua y, al mirar mi reflejo, me di cuenta de algo: no me reconocía. Había estado tan ocupado corriendo que había olvidado quién era.
Teo lo miró, intrigado.
— ¿Y qué hiciste?
El anciano sonrió.
— Dejé de correr. Me senté junto al lago y respiré. Por primera vez, escuché el silencio. Y en ese silencio, entendí que no era el tiempo el que me faltaba, sino la presencia. Desde entonces, cada vez que siento la urgencia de correr, me detengo, respiro y me pregunto: "¿Qué estoy evitando mirar?"
Teo se quedó en silencio, reflexionando. Entonces, el anciano le entregó la figura de madera que había estado tallando: un reloj sin agujas.
— Toma esto, muchacho. Es un recordatorio de que el tiempo no está en los relojes, sino en tu capacidad de estar aquí y ahora.
Desde ese día, Teo dejó de correr de un reloj a otro. Cada vez que sentía la urgencia de distraerse, sacaba el reloj sin agujas, respiraba profundo y volvía al presente. Y poco a poco, descubrió que la paz no estaba en hacer más, sino en ser más.
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