El Vuelo de Kuntur

En lo alto de las montañas, donde el cielo se encuentra con la tierra, vivía Kuntur, una majestuosa hembra cóndor. Su vuelo era legendario. Podía trepar por las térmicas como si fueran escaleras invisibles, montarse sobre las nubes y desde allí contemplar la inmensidad de su mundo. Para Kuntur, volar no era solo un acto físico, era su esencia, su libertad, su manera de existir.

Pero un día, algo cambió. Kuntur, que siempre había volado con el corazón ligero, comenzó a sentir un peso en su mente, sus vuelos eran apurados, poco disfrutados. Sus pensamientos eran como tormentas que no la dejaban en paz. Escuchaba voces que le advertían, que le pedían presencia, pero ella no escuchaba, vivía la vida como un torbellino que arrasaba con todo". De repente empezó a dudar ¿Y si el viento no me sostiene esta vez? ¿Y si caigo?"

Aquel día, el cielo estaba gris y el viento no era amable, pero Kuntur decidió despegar de todos modos. En su apuro, con su mente aturdida y las condiciones lejos de ser óptimas, extendió sus alas y despego sus patas del suelo. Pero algo ocurrió. Sus alas, que siempre habían sido fuertes y seguras, se cerraron en pleno despegue. Y entonces, cayó.

El impacto fue brutal. Su cuerpo y su mayor orgullo se rompieron. Kuntur quedó inmóvil en el suelo, incapaz de volar, incapaz de ser quien siempre había sido. Por un momento sintió no soportar tanto dolor, su cuerpo se desvaneció y su alma salió de él elevándose en las alturas, Kuntur sintió un alivio enorme, ya no había más dolor, no había más sufrimiento, no había apuro ni preocupaciones, y la paz la invadía. Desde arriba podía ver como los animales del monte estaban a su alrededor, algunos en shock otros tristes, otros asustados, otros operando para ayudarla, entre ellos estaba otra cóndor magestuosa, con el gran poder de la fe. Ella pedía en sus oraciones a Dios que no se llevara a su amiga, y eso tuvo su fruto, Kuntur movió una pata anunciando su presencia.

Al principio, la desesperación la invadió. "¿Qué soy sin mi vuelo? ¿Cómo podré volver a ser la misma?"

Pero algo inesperado sucedió. Uno a uno, los animales de la montaña comenzaron a acercarse. El zorro le llevó comida, el colibrí le susurró canciones al oído, y las llamas se acostaron a su lado para darle calor. Kuntur, que siempre había sido independiente, tuvo que aprender a recibir. Y en ese acto de rendición, algo dentro de ella comenzó a cambiar, como si el tiempo dejara de contar, las agujas del reloj dejaran de galopar, y la coraza que cubría su corazón se comenzara a desarmar.

Los días se convirtieron en semanas, y las semanas en meses. Durante ese tiempo, Kuntur no solo sanó su cuerpo y sus alas, sino también su corazón. Aprendió a estar quieta, a escuchar el susurro del viento sin necesidad de volar, a valorar el presente y a agradecer cada pequeño gesto de amor que recibía.

Cuando finalmente llegó el día de extender sus alas de nuevo, Kuntur sabía que ya no era la misma. Había soltado el peso del pasado, había dejado de soñar con un futuro lejano y ajeno, y había aprendido a habitar el presente con gratitud.

Su primer vuelo después de la caída fue diferente. No era tan rápido ni tan alto como antes, pero era más profundo, más consciente. Kuntur volaba ahora para celebrar su existencia. Cada planeo era un acto de agradecimiento y cada térmica que escalaba un recordatorio de que estaba viva.

Desde entonces, Kuntur se convirtió en una guía para otros. No les enseñaba a volar más alto, sino a volar más presentes, a escuchar el viento, a confiar en el momento. Y así, su caída, que alguna vez sintió como el fin, se transformó en el comienzo de una vida más plena y auténtica.